Reflexiones de un crítico gastronómico

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Al comienzo del año, me vi obligado a realizar mi primer chequeo médico en mucho tiempo. En aquel entonces, me encontraba aproximadamente a mitad de camino de una lista con alrededor de 140 restaurantes que planeaba visitar antes de redactar la edición de 2024 de “Los 100 mejores restaurantes de Nueva York”. Los resultados no fueron alentadores: mi colesterol, azúcar en sangre e hipertensión estaban peor de lo que hubiera imaginado en mis peores momentos. Me hablaron de prediabetes, hígado graso y síndrome metabólico. Técnicamente, estaba en la categoría de obesidad.

Me di cuenta de que necesitaba cambiar mi estilo de vida. Me propuse hacerlo después de comer en los 70 restaurantes restantes de mi lista. Sin embargo, al terminar esa travesía gastronómica, algo inesperado sucedió: me di cuenta de que ya no sentía el mismo apetito. Después de 12 años como crítico gastronómico en The New York Times, he decidido dar un paso al costado, considerando mi estado técnico de obesidad.

No significa que vaya a dejar de escribir para el periódico. Aún tengo algunas críticas de restaurantes pendientes que verán la luz en las próximas semanas, y planeo seguir en el Times por mucho más tiempo. Sin embargo, la vida de reseñar restaurantes semana tras semana ya no encaja conmigo.